domingo, 19 de julio de 2009

-Estacion central

Dora es una maestra jubilada que trabaja en una estación de tren escribiendo cartas a personas analfabetas. En su camino su cruza con Josue, un niño humilde, tranquilo, ilusionado. Sus vidas se entrelazan porque el pequeño queda sin madre.

Sin hogar, ni lugar a donde ir, comienza a vivir en la estación de tren.

Nora al sentir compasión por él, se lo lleva a su casa momentáneamente ya que empiezan a buscar al padre del pequeño. A ambos los une la soledad.

En el trayecto, se tropiezan con varios obstáculos que van haciendo que sus lazos se vayan uniendo cada vez más.

Dora, en la vida de Josue, actúa no solo como traductora sino como mediadora ya que se encarga de seguirle el rastro al padre del niño. La insistencia de Dora de que el niño se encuentre con su padre, se va convirtiendo en un asunto pendiente en su vida personal.

No logran dar con el paradero del padre, pero Dora consigue que el pequeño encuentre en sus hermanos una familia.

- mis encuentros con la lectura

Considero que a lo largo del tiempo mi encuentro con la lectura se fue empobreciendo. Haciendo una pequeña autocrítica, cuando era más pequeña leía muchísimo más que hoy en día. Lo que trato de averiguar es la raíz de este cambio. Imagino que parte de este giro se dio gracias a la facultad. Al tener que enfrentarme a un tipo de lectura “obligatoria” fue obturando la lectura por elección.

Haciendo memoria, mi primer encuentro con un libro fue a los 8 años de edad, se llamaba “Ricitos de oro”. Recuerdo que lo elegí en una pequeña librería de Lanús. Ese día, estaba acompañada por mis papas y mientras mi papá hacia sus diligencias laborales, con mi mamá nos escapamos a caminar por ahí hasta toparnos con aquella esfera literaria.

Al entrar vi un cartel grande colgado del techo que decía: sección infantil, me dirigí hacia allí y sin dudarlo empecé a inspeccionar todos los libros que se encontraban.

Mirando la gran mesada en la que habitaban todas las obras, divise un lomo que llamo mi atención, era de un amarillo furioso y se titulaba “Ricitos de oro”. Al levantarlo supe instantáneamente que seria mi compañero nocturno.

Al cabo de dos años mi abuela me regalo dos libros, uno se llamaba “La cabaña del tío Tom y otro “El conejo blanco”. También curiosamente eran de tapa amarilla con dibujos en el lomo.

Recuerdo haberos terminado enseguida ya que fueron dos libros que disfrute mucho.

En aquel entonces nos mudamos a Wilde y en medio de embalaje y cajas descubrí un pilón de libros que habían sido leídos por mi mamá cuando era chica, entre ellos encontré “mujercitas”.

Se lo mostré a mi mamá y con nostalgia me dijo: “Léelo, te va a encantar”. Sin dudarlo a la noche siguiente reviví las historias de aquellas cuatro hermanas.

A lo largo del secundario, tuve que leer varios libros para distintas materias. Los que recuerdo haber leído son: “Rebelión en la granja”, “Edipo Rey”, Mio Cid”, “Macbeth”, “Boquitas pintadas”, “Martín Fierro”…

Esas lecturas fueron el inicio de las lecturas que denomino por “obligación” lo que no significa que no haya disfrutado algunas de ellas.